Gilberto Mengelle:
Fundador de la ASSA de México
La vida lo vio nacer un 16 de octubre de 1937, en el H. Puerto de Veracruz. El quinto de 8 hermanos, y como dice el refrán: “No hay quinto malo”, sin aun tener consciencia de su misión, desde niño comenzó a mostrar los destellos de su vocación por defender a los demás, de ánimo alegre y fuerte temperamento, fue forjando desde sus primeros años un carácter que desafiaba los paradigmas tanto de su padre, como de sus profesores. De madre mexicana y padre de ascendencia francesa, los genes revolucionarios de cada uno de ellos se mezclaron en su personalidad y, como la información no se crea ni se destruye, tan sólo se transmite, fue engendrado después de que su padre participó en la Segunda Guerra Mundial como restaurador de barcos militares en la Isla de Cozumel, Quintana Roo. A su retorno, el Sr. Mengelle fue concebido.
De Parbulitos a la primaria.

Recuerda que en lo que ahora es la educación preescolar, antes era llamado Parbulitos. En esa época, 1942 aproximadamente, los niños que pasaban a la primaria ya tenían que saber leer y escribir. La vida transcurría dentro de sus parámetros de tranquilidad hasta que cuando él está cursando el tercer año de primaria, su madre enferma de pleuresía (infección del aparato respiratorio, sus síntomas principales son dolor agudo en un lado del tórax y tos seca), debiendo así dejar el heroico puerto de Veracruz, para trasladarse a vivir a Puebla, debido a que el clima de esta ciudad beneficiaba la salud de su madre.
Una anécdota que cuenta con los ojos llenos de travesura es que, a los 10 años de edad se fue de pinta de la escuela para irse a pescar. Liderando a otros niños se adentran en el mar, y de no ser por una lancha pesquera de motor, quien sabe que hubiese sido de ellos, dado que entró el norte (viento intenso que acrecienta el oleaje) y no podían avanzar. Los pescadores les lanzaron una cuerda de remolque y les llevaron hasta la orilla y cuando se estaban despidiendo de ellos, los pescadores los agarraron a cocotazos, tanto a él y a sus 3 compañeros, diciéndoles: “¡Pendejos! ¿Qué no están viendo la bandera roja?”, Gilberto, ni tardo ni perezoso, con ese espíritu aguerrido y de no quedarse callado contesta: “Los pendejos son ustedes porque cuando salimos no estaba esa bandera, si no nos hubieran dado permiso de salir. Por cierto, muchas gracias por la remolcada”.
Después de tremendo susto, entre la algarabía de poderla platicar, cuando regresa con su madre, ella lo abofetea y él, durante una semana, se dirigió a ella como “Señora”, en lugar de llamarle mamá. Cuando su madre le preguntó por qué hacía eso, él respondió: “Porque las mamás no les pegan a sus hijos”.
“Juan, ponlo al tiro…”
Durante el transcurso de su educación secundaria, su madre ya no lo aguantaba, como se dice coloquialmente cuando dos personas no tienen un punto de entendimiento. Lo castigó, mandándolo a vivir con su padre a Orizaba, Veracruz, lugar en donde su padre tenía un aserradero.
Su espíritu indómito lo lleva a decirle a su padre que ya no quiere estudiar, qué quiere trabajar. Su padre acepta, con la condición que estudie durante la tarde y trabaje durante la mañana. El joven Mengelle está de acuerdo con la condición y al principio, todo era miel sobre hojuelas, debido a que tenía un chofer asignado para que lo transportará del trabajo a la escuela y viceversa. Sin embargo, un buen día, su padre le informa: “Gilberto, ya no te va a llevar ni a traer el chofer, porque cuesta mucho dinero, sale muy caro porque tengo que pagarle tiempo extra. El chofer te llevará y te regresarás caminando.” Al mencionar estas palabras en su relato, su voz de quiebra un poco y sus ojos se llenan de tristeza. Por lo tanto, si Gilberto quería seguir trabajando y estudiando al mismo tiempo, tenía que regresar caminando desde la escuela a su casa, un trayecto de noche, que para cualquier adolescente pudiera ser inquietante, aunado a que de un lado del camino estaban las vías del tren en donde, en ocasiones, se llegaban a encontrar personas decapitadas por ajuste de cuentas y, del otro lado nada más y nada menos que el panteón, en un trayecto de 4 kilómetros aproximadamente. El joven Gilberto tenía la friolera edad de 13 años en aquellos tiempos, que sin saberlo aún, le estaban formando el carácter de no rendirse ante las dificultades, hombre de convicción y palabra.

De pronto, sus manos tiemblan un poco y comienza a sudar, sin saber porqué, me cuenta que su papá mandó a Juan, el chófer que lo lleva y traía de la escuela, a que le enseñara a tirar.
La orden fue: “Juan, ponlo al tiro…”, lo cual significaba aprender a manejar una pistola escuadra calibre 38 con cuatro cargadores.
La tarjeta de recomendación.
Siguiendo con la inercia de trabajar, Gilberto decide irse al puerto de Veracruz, pero en tres días llega su padre a la casa, habla con su madre y con él, le pregunta si sigue empecinado en trabajar, al responder que sí, su padre le da una tarjeta de presentación para que se presentará con un amigo de de él. Casualmente era un líder sindical en aquellos tiempos, quien al recibirlo, se puso de pie, ve la tarjeta y lo abraza, diciendo: “Gilberto, hijo de mi gran amigo… que digo mi amigo, mi hermano…” Le comenta que coincidentemente están abriendo una empresa embotelladora de refrescos, cuya dirección está a 4 cuadras de su casa. El líder sindical le proporciona una tarjeta de presentación para que la entregue al Sr. Paredes. Durante el trayecto, Gilberto echa a volar su imaginación, pensando que iba a ser gerente, pues iba ampliamente recomendado. A su llegada, el delegado sindical saca una lista y empieza a decir nombre y apellido, asignando así los puestos vacantes: “Juan López, a embotellados, Manuel Hernández y Jesús Álvarez, a las bandas, otros tantos al llenado y otros más a la carga…” Cuando se da cuenta, solo faltaban cinco personas para que les asignaran un lugar, cuatro adultos mayores y él de 15 años de edad. El delegado sindical dice: “Los demás al piso”. Se sorprende, pero aún no entiende cuál va a ser su labor, los envían a la ventanilla 1, le preguntan el número de calzado y le dan 2 pares de botas de hule, 3 overoles azules en la ventanilla 2 y en la ventanilla 3, una escoba, 2 jaladores y 3 cubetas: el puesto que le otorgan es de barrendero.

Mientras barre, observa los procesos para la elaboración de los refrescos de la empresa embotelladora y es así, que asciende a jefe de Laboratorio tiempo después. Como dicen, se aprende mucho con solo mirar… Un buen día, la Empresa Embotelladora cierra y comienzan a llamar al personal para que renuncien. A él lo dejan al final, cuando llega su turno él no firma, exige que se le liquide, ya que no era una figura de renuncia. Le piden que regrese a su puesto de Jefe de Laboratorio, para hacerlo, exige un sueldo digno, negándose el dueño a aceptar tal condición. Es entonces cuando se propone a entrar a Compañía Mexicana de Aviación (CMA).
CMA: Lavando aviones.
Llega a la Ciudad de México, antaño Distrito Federal, después de batallar un buen tiempo, logra entrar a Mexicana de Aviación, porque en aquellos años, por políticas internas no se admitían hermanos, uno de ellos trabajaba en la compañía. Le dan el puesto para lavar los aviones en horario nocturno, tanto por fuera como por dentro, excepto el lomo y los motores. El Supervisor le asignó la panza y la parte baja de las alas. Por ningún motivo “el jarochito no debía subir al lomo a limpiar”. Lo apodaban “El jarochito”, ya que como era su costumbre, se había ganado el cariño de más de uno. Tanto lo apreciaban, que el Supervisor de Limpieza, de apellido Villa, lo invitaba a comer al comisariato, siendo esto un gran manjar. Recordemos que en aquellos años, finales de los 50’s, la calidad y cantidad de comida que se abordaba en los aviones, era muy distinta a lo que ahora sucede, en el mejor de los casos.
La mecanografía: El gran pasaporte
Así transcurrieron los años, entre agua, jabón y franelas, de noche en el aeropuerto, entre aviones y de día, en una vecindad del centro de la CDMX, rentando un cuarto para dormir cuando le fuera posible. Un buen día, el Supervisor Villa habla con su hermano Pedro, quien también trabajaba en CMA. Le sugiere: “Hay que cambiar a Gilberto, tu hermano, de departamento de trabajo”. Coincidentemente había una plaza vacante como Asistente Mecanógrafo en el departamento de Servicio a Aviones, plaza que estuvo bajo concurso.
Después de esta idea, llega el día de pago de la quincena, y su Jefe y maestro, el Profesor Raúl Aguilar Munguía, lo invita para ir al centro, después de la jornada laboral. Por la mente del joven Mengelle apareció la escena de que lo estaría invitando a una cantina, pensando: “Si él va a tomar, no importa, ya que a la colonia a donde vamos, me queda muy cerca de mi casa…” Y así lo hicieron, tomaron el transporte público entre charlas y risas. Se llevó una sorpresa mayúscula al llegar al lugar: era una escuela de taquimecanografía, de nombre Remington.
El Sr. Aguilar presenta a Gilberto con el Director de la escuela, mencionado: “Esta es la persona de la que te hablé…”, El Director le obsequió la inscripción y el Profesor y Jefe le obsequió la primera mensualidad de la colegiatura, no sin antes mencionarle al ahora joven adulto Gilberto: “Lo demás está en sus manos”. Y como se dice por ahí: las oportunidades son de quien las toma. Se inscribió de inmediato al curso. Casualmente en el curso estaban inscritas 9 mujeres y él.
¿Para qué ocurrió todo esto? Era su pasaporte para convertirse en Auxiliar de Oficina, una vez que concursó para el puesto, firmando así su contrato de planta en Mexicana de Aviación.
Finalmente parece que la vida va tomando el curso que él deseaba, sin embargo, un buen día le llama el Coordinador de Servicios de Aviones, para informarle que de acuerdo a las políticas de la Empresa, no puede haber dos hermanos trabajando en Mexicana,que uno de los dos se tiene que ir.Suhermano estaba casado así que el jovenMengelle, en apoyo a las causas justas y con su espíritu de defender a los demás, elige irse.
Sin embargo, como su destino ya estaba escrito, el director de Mantenimiento, el Sr. Graff, da la orden de que como los dos hermanos son excelentes trabajadores y muy competentes en sus áreas, los dos se quedan, convirtiéndose así en los únicos hermanos que trabajaron en la legendaria Mexicana de Aviación, en aquella época.
Martha Ivonne Jurado Peña
Secretaria de Prensa
ASSA de México
Marzo 2022
Año 1, Número 1