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Conoce la historia de: Ivonne Jurado
Mi nombre es Martha Ivonne Jurado Peña, prefiero Ivonne antes que Martha, aunque Martha sea mi primer nombre, nací un 8 de mayo de 1968, año en el que mundo tuvieron lugar varios acontecimientos históricos, año en el que el rumbo de la historia se comenzaba a dibujar de una forma distinta. Nací en Chihuahua, Chih. Sobre esa tierra y bajo ese cielo transcurrió mi niñez y adolescencia. Durante mi infancia conocí a mi amiga eterna, así nos decimos hasta la fecha, Elizabeth Lara Cordero, una mujer visionaria y adelantada a su tiempo, con un corazón generoso y abundante. Coincidimos en la educación a nivel bachillerato, estudiamos en el CETIS 86, en donde fuimos la primera generación de la carrera técnica en Administración. En 1986 ella se muda a vivir a Búfalo, Estados Unidos, yo sigo estudiando Bachillerato Técnico y comienzo Licenciatura en Contaduría Pública en la UACh (Universidad Autónoma de Chihuahua).
Tiempo después, mi amiga regresa a México y se entera de contrataciones en Chihuahua para convertirse en Sobrecargo en AEROMÉXICO, se presenta y es contratada, corría el año de 1989, justo después de la sindicatura después de la quiebra de Aeronaves de México. Cuando ella iba de visita a Chihuahua, nos veíamos y me invitaba a convertirme en Sobrecargo, me decía que era un sueño que teníamos de niñas, la verdad, es que yo no lo recuerdo, pero si ella lo decía, seguro fue así. Mi respuesta era no, mi argumento era que yo estaba estudiando la Licenciatura y que ya estaba trabajando como Asistente de Contador, que una vez que terminara, quería poner un despacho de Contadores Públicos y que me iba a especializar en impuestos o en finanzas, pero ella no dejó de insistir en cada oportunidad que tuvo.
Un buen día, me vuelve a preguntar, mayo o junio de 1991 y mi respuesta fue: SÍ. Se preguntarán ¿qué fue lo que me hizo cambiar de opinión? La verdad fue una relación de pareja que se convirtió en tormentosa e insana. Mi intuición me dijo: “Ivoncita, si no pones distancia y tiempo entre él y tú, nunca vas a salir de aquí”. Gracias a ella, entre otras personas y circunstancias, la que escribe está ahora aquí, compartiendo su historia.
Así que renuncié a mi trabajo, me di de baja en la UACh., ya estaba estudiando el séptimo semestre y algunas materias del octavo, la Licenciatura era de diez semestres en aquéllos años, recibí $2,000.00 por mi finiquito en IANSA, una empresa del grupo FUTURAMA, hice mis maletas, una con mi ropa y otra llena de cassettes, con la mitad de mi finiquito pagué mi vuelo en AEROMÉXICO y aterricé la noche del 30 de julio de 1991 en el Distrito Federal, ahora CDMX.
El ser Sobrecargo significa para mí una oportunidad de vida, única e inigualable. Si bien cuando inicié en esta profesión fue por circunstancias externas, aunado que en mi mente seguía la idea de que iba a regresar a Chihuahua para terminar la Licenciatura, hacer una especialidad en Impuestos o Finanzas, el plan era volar un año, conocer y ahorrar, la realidad fue otra muy distinta.
Formar parte de una Empresa como AEROMÉXICO me llena de orgullo, recibir la capacitación y el adiestramiento con altos estándares en la seguridad y en el servicio, me reforzaron y capacitaron para dar siempre lo mejor de mí, uno de los slogan que sigue resonando en mi cabeza es “Con lo mejor de nosotros mismos” aplicándolo para todo: para servir, para dar, para ser, tanto en el avión como fuera de él. El ser Sobrecargo se volvió para mí un estilo de vida, el rugir de los motores en cada despegue y el retornar a tierra en cada aterrizaje, me ha enseñado que todo tiene un inicio y un fin, a la vez que todo es cíclico. Que si el avión está hecho para volar, tanto en aire claro como en turbulencias, la vida está hecha para vivirse, de igual forma, con sus altibajos. El ser Sobrecargo ha significado una apertura mental a distintas culturas, con todo lo que implica. El ser Sobrecargo me ha enseñado a que la adaptabilidad es parte fundamental de la vida, tanto en el aire como en tierra. Y sobre todo, me ha enseñado que a este mundo venimos a dar, venimos a estar en servicio para los demás. La actitud de servir, de dar un servicio de altura, la aprendí gracias a la familia del Caballero Águila.
El principal motivo para elegir seguir siendo Sobrecargo después de 30 años, es la oportunidad de servir y de dar. Ahora que estoy desempeñando un cargo sindical, es lo mismo, dar lo mejor de mí en donde esté. La actitud de servicio ya forma parte de mi ADN, por decirlo de alguna manera. El día que regrese a volar, será lo mismo, dejar una huella de aportación en donde me toque estar, la vida se vive una vez y los momentos son irrepetibles y únicos. Cada instante estamos creando el siguiente instante.
Durante este tiempo he sido muy afortunada y me ha tocado vivir muy pocas experiencias de peligro. Recuerdo una en la que pensé ¿Qué hago aquí? ¿Para qué arriesgo mi vida?
Íbamos a Cd. Juárez, en un legendario DC-9, año 1996, un vuelo tranquilo, casi lleno, 80 pasajeros aproximadamente. Dimos el servicio, en aquéllos años, era servicio de bar, alimentos calientes y doble vuelta de café. En el DC-9 volábamos 3 Sobrecargos, y yo era la más nueva de la tripulación, por lo tanto, mi posición para despegar y aterrizar era entre los baños y cubrir la salida de emergencia del cono de cola.
Comenzó el descenso, se dieron los anuncios de preparación para el aterrizaje, verificamos que todo estuviera en orden tanto en galley, como en la cabina de pasajeros y me fui a sentar. Uno de los procedimientos de seguridad era colocar un cinturón rojo que impedía el paso de los pasajeros hacia los baños, una vez que ya estábamos listos para aterrizar, a la vez que nos daba el tiempo suficiente para abrir la salida del cono de cola.
La tensión inició cuando al primer intento de aterrizaje nos fuimos al aire, ya que el viento estaba muy fuerte. El Capitán dio un anuncio y dijo que lo volveríamos a intentar, que todo estaba bien. Hicimos el segundo intento y volvió a ocurrir lo mismo, nos fuimos al aire. Aquí ya el miedo y la expectativa comenzaron a mermar la tranquilidad tanto de los pasajeros como la mía. Sin embargo, la que estaba preparada para la emergencia era yo, me vi sola, entre los baños y con mi mirada hacia la cabina. En esta posición no había ninguna ventana para ver lo que ocurría afuera. El capitán volvió a dar un anuncio y mencionó que lo intentaríamos una vez más, debido a que ya no teníamos el combustible necesario para ir al aeropuerto alterno, que en este caso era el de Chihuahua capital. Se imaginarán que la tensión subió en todos los que íbamos a bordo del avión, se hicieron las maniobras necesarias, mientras a cada segundo yo repasaba mis procedimientos de seguridad, lo que tenía que hacer para abrir el cono de cola en caso necesario, respiraba con la mayor tranquilidad posible, ya que teníamos que aterrizar a una velocidad mayor de la habitual, para lograr contrarrestar la fuerza del viento de alguna forma.
Al sentir que se acercaba el momento de tocar tierra, aunque no veía nada, es algo que se va desarrollando con el tiempo, todos los sonidos del avión se vuelven parte del cuerpo, contuve la respiración, confié y me dije: “No puedes morir aquí, tienes muchas cosas por hacer todavía”… Aterrizamos con tal velocidad que frenar el avión le costó mucho trabajo al Capitán, quedamos a unos centímetros de despistarnos… Una vez que hizo alto total, valga la expresión, todos los pasajeros comenzaron a aplaudir y yo entre ellos. Todos habíamos salvado la vida gracias a nuestro Capitán y su Primer Oficial. Los pasajeros descendieron tanto por la puerta delantera como por el cono de cola. A los que me tocó despedir, bajaron en silencio, su mirada era de agradecimiento y quien pudo articular palabra le dejaba un mensaje de gratitud al Capitán y a todos nosotros, incluido al Caballero Águila, que sin duda, estuvimos bajo su cuidado también. Más de un pasajero al estar en tierra, se hincó y besó el suelo…
Si ser parte de la aerolínea bandera de México está en mis venas, pertenecer a la ASSA de México forma parte de mi corazón. Al iniciar en esta profesión a mis 23 años de edad, ya había tenido la oportunidad de trabajar en la iniciativa privada, lo hago desde los 15 años. De hecho uno de mis primeros trabajos fue mecanografiar el Contrato Colectivo de Trabajo de la Empresa Cementos de Chihuahua, S.A., allá por el año 1985.
Quien me iba a decir que la ASSA de México me abriría sus puertas en 1991 y que después, firmaría yo misma un Contrato Colectivo de Trabajo al ser contratada por AEROMÉXICO. Al tener las dos experiencias, tanto contratos individuales como un contrato colectivo, valoro sobremanera en ser Agremiada a un sindicato. Saber que existe una institución que vela por mis intereses como trabajadora, que puedo ir a los vuelos y saber que si algo pasa, existe alguien, que me pueda apoyar para guiarme y dar la mejor solución posible, una institución que me ha enseñado a que es en unidad como se consiguen los logros sindicales, genera en mí una tranquilidad en mi vida laboral. Una vida que inicialmente iba a durar un año y que cumplió 30 años el pasado 24 de diciembre.
Gracias ASSA de México, por permitirme formar y escribir contigo parte de tu historia.

Martha Ivonne Jurado Peña
ESB JURADO
30 años de antigüedad
como Sobrecargo en AEROMÉXICO
ASSA de México
Mayo, 2022
Año 1, Número 2