Relato de una madre de una persona transgénero
Dos nacimientos: un solo hijo

Acaba de pasar junio, mes conocido mundialmente por el Mes del Orgullo Gay o simplemente mes del Orgullo. Un mes que busca recordar que la forma de manifestar el amor no es exclusiva de acuerdo a los estándares “socialmente aceptados” o como fue concebido por nuestros antepasados. La evolución es continua, la inclusión cada vez va penetrando más en las diferentes esferas sociales, laborales, políticas e incluso religiosas.

Sin embargo, si no empezamos por nuestra familia para aceptar y dejar ser a quienes pertenecen a la comunidad LGBT+, entonces no hemos avanzado aún lo suficiente o lo suficientemente rápido para integrarnos todos como una sociedad plural y civilizada, como nos hacemos llamar.

A continuación, la madre de una persona transgénero, nos comparte cómo fue para ella saber lo que pasaba al interior de su hija. Aunque se lee en algunos minutos, llevó meses, es más, ya no recuerda el tiempo exacto… Solo nos comenta que un día el dolor y las dudas, fueron transformadas en aceptación y apoyo para acompañar y sumar a la vida de su hijo.

“Para un miembro de la comunidad LGBT+ un paso crucial en su desarrollo, confianza y autoestima es ser aceptado por su célula primaria: en su casa. Que pueda expresar y ser sin miedo y sin culpa, sin sentirse juzgado, rechazado o señalado. Es aquí en donde comienza todo, para que cuando salga a convivir en sociedad, porque somos seres sociales, lo haga con seguridad y sin reparo. 

Estigmatizar y poner etiquetas es un deporte nacional, por decirlo de alguna manera. Se habla y se señala, se critica y se expone a las personas por su apariencia, por su manera expresarse, por como se visten, en fin, casi solo por existir, sin detenerse a pensar que dentro de ese cuerpo señalado, de esa persona que camina y que busca lo que todos, aceptación, hay almas que sienten, que se lastiman los sentimientos y que eso daña la autoestima.

Para una madre, uno de los dolores más fuertes es ver que sus hijos sufren, y no se trata de tenerlos dentro de una bola de cristal para que no les llegue ni el polvo, la vida tiene sus encuentros y desencuentros, se trata de que sufran por dentro, por no poder expresarse como realmente son, por el miedo a no ser aceptados. Si cuando eres como la mayoría, ocurre, para los que son minoría puede ser aún más complejo.

Cuando mi hija me dijo a los quince años que no se iba a poner más un vestido, no lo vi raro, recordando que cuando estaba pequeña la vestía con pantalón la mayor parte del tiempo, incluso yo misma, utilizo más pantalones en mi día a día. Un año después me dijo: “Quiero que te dirijas a mí con pronombres masculinos y a partir de ahora me llames por mi nuevo nombre…” Estaba en la puerta de su cuarto, viéndome a los ojos y con su voz temblorosa, sus manos inquietas y su postura firme, como un roble…

Para mí fue un choque interno muy fuerte, sobre todo porque en todo ese tiempo, nunca me había dado cuenta de nada. Empecé, como la mayoría a preguntarme qué había hecho yo, qué había hecho su padre, como es natural, a buscar culpables. Empecé a ver un mundo de sufrimiento y dolor para ella, pues sé que la sociedad en general, todavía tiene mucho camino por recorrer. También pensé, porque no decirlo, en el qué dirán, ese qué dirán que nos limita, vi todos los escenarios catastróficos, porque como la conocía, sabía que hablaba en serio y que no había vuelta atrás… Recuerdo que comencé a investigar que significaba la palabra transgénero, para empezar, porque no entendía nada de nada.

Poco a poco fui acostumbrándome a llamarle por su nuevo nombre y a dirigirme a ella como él, llevó tiempo, no lo voy a negar, porque mi mente me hacía jugarretas y pensaba: que vaya y pruebe, que vea, con la esperanza interna de que cambiara de opinión. Me pregunté por qué me dolía, si es un ser humano inteligente, sensible, sano, empático, de buen corazón… En dónde radicaba el dolor, no lo entendía, hasta que un día lo comprendí: había hecho expectativas para su vida, había puesto esperanzas de sueños míos no cumplidos, que a ella como niña, no le correspondían.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba viendo la película About Ray (Conociendo a Ray) en la sala de mi casa, llorando con las escenas por que trataba exactamente por lo que yo estaba pasando, cuando finalmente lo comprendí: estaba en duelo, porque había muerto mi hija para que naciera mi hijo. Fue tan revelador que ahora que escribo estas líneas, lo vuelvo a sentir y mis lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas. 

Después de varios años, ese dolor ha sido transformado en una bendición, porque soy muy afortunada, he dado a luz dos veces a una persona, primero cuando nació de mi cuerpo y después, cuando acepté que no tengo una hija, que tengo un hijo. 

Me dije: ¿A quién amas? ¿Al cuerpo que ves? O Amas al ser humano que vive dentro del cuerpo que ves. La respuesta es obvia, amo al ser humano que vive dentro del cuerpo. Él es libre de vivir su vida como elija, no tiene que cumplir ningún sueño mío, yo soy la responsable de mis sueños. Mi hijo bastante tiene con los suyos como para que cargue con los de alguien más.

Desde entonces, comenzamos un camino de reconocimiento, él fue paciente conmigo, porque como dije, para mí fue sorpresivo, él ya lo sabía desde su más tierna infancia. 

Él sigue su proceso, yo elijo acompañarlo en su camino hasta que sea capaz de volar con alas propias…”

Martha Ivonne Jurado Peña
Secretaria de Prensa
ASSA de México
Julio 2022
Año 1, Número 3